Mi yo desposeído
habita sólo en lejanía
y dormita desde hace rato
en un dibujo desgastado.
Mi yo deshabitado
se cubre de cantos encogido
mientras acechan sus rodillas firmes
al libro que cae y desvanece.
Mi yo desencajado
grita pero no viaja
su eco en la pradera.
Mi yo desvencijado
suspira en parques otomanos
aquella mirada inquieta
de mirlos, tortas y abedules.
Mi yo aspirado nunca llegó
y en este mundo enrevesado
cuela y desgasta
una manta entre sus días.
Pero mi yo de siempre,
mi yo recién estrenado,
mi primoroso yo
de nadas, collares y anatemas
me posee en su impaciencia,
y sin casa ni dueño ni traje
se desliza indolente
por el lento tacto
de las sábanas al sueño.