domingo, 27 de octubre de 2013

365 irrefutables razones que nos llevan a pensar que los mayas tenían razón y el fin del mundo llegó el 21/12/12 (XLII)


288) Porque el fin del mundo había apostado parte de la asignación que le daba su padre (un maya llamado Eustaquio) al número 12, en el casino que Sheldon Adelson todavía no había construido en Madrid. Como no le tocó (no podía tocarle si todavía no había jugado), el magnate americano mandó a cuatro Umpalíes Libercieños a que le partieran las piernas al fin del mundo, más que nada por joder, pues en realidad no le debía nada.
Todavía con las piernas rotas y aun si su asignación, el fin del mundo habría podido mantener mal que bien su órbita planetaria, pero cuando por un exceso de celo uno de los Umpalíes lo ató, amordazó y metió en el maletero de un Seat Córdoba y de ahí, por mucho que sea diciembre, no se sale vivo.

289) Porque un amigo croata, con información privilegiada y de muy buena tinta, sabía que algo malo podía pasarle al fin del mundo, así que filtró un mensaje cifrado en un anuncio de pizzas de la revista "Qué me dices", en el que -una vez descubierto el algoritmo- se podía leer: Danié, te va a hasé daño. Pa'lagua no.

290) Porque cuando das un paso hacia adelante, más cerca estás del final. Y aquel fatídico día de diciembre Usain Bolt tenía hambre y no tenía donuts de chocolate en casa que echarse a la boca y saciar su deseo.

291) Porque un fin del mundo hecho y derecho, nacido de padre austero y madre misericordiosa, educado en la anarquía por la Escuela Pública y defensor vehemente de las canciones más apasionadas de Junco sabe y lo sabe bien: Si hay que ir se va, pero ir pá ná es tontería.

292) Porque el fin del mundo había confiado en que en el conocido Hotel Budapest de la capital moscovita le despertaran a las cinco de la mañana para ver un partido mítico de la SuperBowl, que ponían en diferido por Eurosport. Sonar lo que se dice sonar, el teléfono sonó, pero el fin del mundo había olvidado quitarse los tapones de cera que le habían regalado en el Museo del mismo nombre que tan horrenda impresión le causó en Madrid, y la recepcionista del Hotel tampoco es que insistiera mucho. Cuando el fin del mundo se levantó tres meses después de lo imaginado (qué malas son las resacas de vodka) su cabreo no era tanto con el hotel, ni con Dostoievski ni con la vida, sino por cómo había empobrecido tan rápidamente la programación de la televisión por cable.

293) Empequeñecen Libélulas Filántropas Ilusionadas No DEL Músico Uruguayo Ni De Otros.

294) Por gilipollas.