lunes, 28 de septiembre de 2009

La madre de las niñas del horrible anuncio de Just for Men



Es un pirandello aunque ella no lo sepa. En un auténtico pirandello y se lo merece -por la crueldad malsana que ha recibido en esta historia- más que nadie.
Se llama Margaret. Y digo bien: Se llama.
No está muerta, como se ha dejado intuir en el dichoso anuncio.

Margaret recibe a un periodista en el pequeño apartamento alquilado que comparte con una compañera de trabajo. Viene del periódico local y está interesado en su historia.
El periodista limpia las gotas de lluvia de sus menudas gafas y anota lo que considera oportuno en un pequeño cuadernillo, como hacían los antiguos.

Margaret abandonó a su marido Joseph hace ya tres años. Lo abandonó, se fue, un buen día se armó de valor y dejó el hogar familiar.
No aguantaba más.
Un marido ñoño, aburrido, todo el día leyendo el periódico, que si hazme la comida, que si baja y cómprame el periódico. Había dejado su trabajo y se tiraba el día entero en casa, dividido entre las fabulosas actividades de mirar la televisión, comer, dormir y rascarse.

Estaba harta.

Bien que aquel hombre había heredado de sus adinerados padres una suntuosa fortuna, pero cuando ella lo conoció, Joseph aún trabajaba, y aunque era un poco presuntuoso, estaba lleno de una alegría superficial y una vitalidad insultante que a ella le habían atraído.
- ¿Tenía canas ya por aquel entonces?
Margaret responde al reportero con desgana, como si no le interesase demasiado hablar del tema.
- Sí, desde siempre, y a mí nunca me preocupó.

Pero los años socavaron aquella relación.
Él dejó de interesarse por el trabajo, por la responsabilidad. Dejó de tener inquietudes. 
Ni siquiera el Internet, ya no te digo un libro.
Del periódico lo único que leía era la sección de contactos, pero era tan pusilánime que ni se atrevía a llamar.
Desastre. Deshecho. Despojo.

Ni siquiera la llegada de las niñas ayudaron a activarlo.
Él las malcriaba, les compraba todos sus caprichos. Le gustaba vestirlas como unas repipis por mucho que la madre se empeñase en hacerles trenzas, comprarles petos y ponerles tatuajes de calcomanías.
Él las malcrió hasta conseguir un par de retoños verdaderamente insoportables.
- ¿Y las canas aumentaron?
Margaret mira al periodista con auténtico desprecio.

Hacía ya un año y medio que ella se había ido de casa. Se instaló en Ashland, condado de Wisconsin, empezó a trabajar en una cafetería, con su nombre en la solapa del traje, y sólo bebía té mientras leía novelas de mujeres antes de acostarse.
Quizá no era feliz, pero se había quitado un peso de encima.
Hacía ya un año y medio cuando ocurrió el desastre que la sumió en depresión. 
Puso la tele y vio lo que ya podéis estar imaginando.
Sí, vio el anuncio.



Margaret había visto el anuncio en un canal latino, pero no le hizo falta traducirlo para darse cuenta de lo que iba.
El colmo de la ñoñería.
El colmo de la estupidez multiplicado por veinte.
Y encima paradigma de lo que un anuncio es: Mentira, mentira y mentira.

No entendía siquiera como su marido, podrido como estaba de aburrimiento y dinero, se había prestado a realizar aquello, con lo cansado que dicen que son las sesiones de maquillaje.
- ¿Y usted cree que las canas han desaparecido de verdad o que se las habrán tintado?
Aquel hombre era realmente estúpido.
- ¿Y a usted dónde le dieron el título de periodista?

Nada cuadraba en aquella historia. Solo que retrataba a sus protagonistas ciertamente como eran.
A su marido como un hombre apocado, sin personalidad, de los que son capaces de hacerse una foto con el móvil en su primera cita.
Y a sus hijas, mal que le pese, tal y como las recuerda: como unas repelentes de cuidado.
Por no hablar del guionista que escribió la memorable frase: "Serías un buen partido para ella..", que verdaderamente le sacaba de quicio.

Lo peor de todo era eso. Haber huido conscientemente, haber renunciado con mucho dolor al contacto con sus hijas, haber desaparecido y empezado de nuevo para encontrarse otra vez, día sí día no, con esa realidad de todo lo malo que había querido dejar atrás, metida con calzador en un aparato de televisión.
Así fue como Robert, redactor del "Ashland Today", mientras desayunaba unos huevos con bacon, pudo observar como Margaret se descompuso al ver en la tele del local el dichoso anuncio, y tuvo acceso a aquella surrealista historia.

- ¿Entonces recomendaría usted el uso de Just for men?
- Vete a tomar por el culo.