Lo bueno de los pájaros es que de tanto que vuelan y emigran casi no que hace falta dibujarlos.
Me gusta más pensarlos que trazarlos, sentirlos que tenerlos.
Los imagino y con eso basta.
Luego ellos se dejan querer, claro, y se asoman traviesos cuando menos te los esperas.
Los martes, sí, sin ir más lejos.