Donald Draper nació de pie en un alambre, hijo de la pasión fugaz e incontenida de un paquete de cigarrillos con una lavadora que tenía capacidades masturbatorias, y adoptado no sin recelo por un guionista de Hollywood, de los pocos solteros que quedan en el lado impar de Sunset Boulevard.
Y le llamaron Don.
Enseguida creció sin jugar al fútbol y se hizo tan mayor que a los seis meses las camisas blancas talla L empezaron ya a quedárseles pequeñas.
Él siempre quiso ser real, pero se vio abocado a una vida desparramada entre las palabras escritas en un Molesquine y las reuniones cargadas de humo y whisky que su padre tenía con la gente que a pesar de llevar vaqueros guardaba en el banco cuentas de millones de dólares.
Pero a cambio de aquella sordidez creativa nunca hubo una arruga en sus trajes, nunca un despeinado en su mirada, nunca una grieta en su alma, nunca un desagüe conectado a su mesa de escritorio.
Y supo sacar provecho para pedirlo todo, para quererlo todo, para acabar teniéndolo.
Una vez encargó a una agencia anuncios que magnificaran su pasado pintándolo de ocres y cubriéndolo de estaño, pero aquella campaña quedó congelada en Montreal por falta de presupuesto y nunca se llegó a emitir más que proyectada desde una segadora.
Tuvo en sus manos, allá por los setenta, una botella de vino que degustó con tanta pasión y cinismo que del Molesquine de su padre nació un árbol que cubrió Nevada de flores color violeta.
Y una vez más la moqueta, casi sin querer, salvó su vida.
Lo mejor de la biografía de una mentira es que siempre está por descubrirse.
Lo mejor de la biografía del aire, de los reflejos en los cristales, de las corbatas oscuras, de los cajones con pistola o de las meriendas en hules de cuadros es que no sólo desconocemos el final sino que podemos reescribir el pasado.
Y entonces fundiríamos a negro, o mejor encadenamos, y tenemos a Don Draper, que nació a la pata coja, sobre un hilo de pescar, hijo de la pasión fugaz entre una máquina de escribir Underwood con un palo de golf venido a menos, y adoptado no sin recelo por un dibujante de story board, de los muchos que pueblan los bares de Los Ángeles...