sábado, 28 de marzo de 2009

Mala Sangre (Aula Magna)



El amor que se quema rápido dura para siempre…

Año 1987, y si me apuráis creo que era noviembre.
¿Lugar? Sin duda uno de los más hermosos de la incomparable ciudad de Granada: el Aula Magna de La Facultad de Ciencias. Hermoso no desde luego por fuera, ni tampoco especialmente en su interior, y sí al apagarse las luces y comenzar la magia. Aquel fue el espacio físico que estuvo acogiendo durante mis años de carrera (no sé si lo seguirá haciendo en la actualidad) el cine club universitario, y se convirtió en mi segunda casa por aquel entonces.
Muchos fueron los momentos y muchas las películas. Clásicos de Tarkovski, Murnau o Manckievicz; las últimas de entonces de directores como Wenders, Malle, Lynch o Mikhalkov, o películas pequeñitas pero llenas de magia como “Helsinki Nápoles todo en una noche”, “Nola Darling” o “Las cosas cambian”. Y muchas más. Difícil sino imposible quedarse con alguna.
Por eso, casi al azar pero sabiendo, elijo “Mala Sangre” de Leos Carax.
Recuerdo de aquellas que la habían incluido en una especie de ciclo temático de psicología, y que la proyectaron con “Freud” de John Huston, en un programa doble que fue convenientemente fagocitado.
En la calle hacía frío, ese frío granadino intenso y duro que te entrecorta la respiración y los pensamientos. Recuerdo perfectamente el cartel: la figura en silueta de una mujer andando por una calle empedrada. Solitaria, perseguida y temerosa.
Nada sabía de la película antes de que entrar a verla (en la mayoría de los casos lo mejor que te puede pasar, una sensación que hoy en día es más difícil que ocurra). Si me apuráis nada sabía entonces de Godard, Bresson o Cassavetes, y por eso quizá aquella historia causó en mí tanto impacto, por eso aún hoy recuerdo la sensación de estar ante algo nuevo, nunca visto, nunca contado de esa manera. Inquietante, sorprendente, arriesgado e hipnótico.
Un adolescente solitario, prestidigitador y ventrílocuo, las hermosas mujeres que lo rodean, saltar en paracaídas desde un avión, ladrones de guante blanco, unos diálogos llenos de romanticismo, enfermedades terribles, la imposibilidad de enfrentarse al destino, una carrera loca al ritmo de una canción de David Bowie, el amor y sus consecuencias, París, los trucos de magia o el cine mudo. Pequeñas pinceladas de una película pequeña y distinta.
Y también estaba la presencia de Hugo Pratt, el dibujante de Corto Maltese, haciendo de chófer, fíjate tú.
Dos veces más la he visto. Pero no quiero hablar de eso. En estas “películas de cine” solo hago referencia al momento concreto de aquella proyección, a las sensaciones de aquellas películas y aquellos cines. La vida, a fin de cuentas, es una acumulación constante de sensaciones.
Con eso debemos quedarnos, y es que no hay que hacer mala sangre, no echa cuentas.