jueves, 26 de octubre de 2017

Hasta las ardillas reciben cartas de amor





















En un bosque de Tailandia, rojo y diminuto, se encuentra un buzón suspendido en uno de sus árboles.
Recibe cartas de amor, facturas y a veces también, avellanas recién cogidas con olor a lluvia.
En su frontal vemos una dirección que no entendemos, aunque no nos extrañaría que hiciese referencia a todas las ardillas que viven en aquel bosque y no sólo a los Peláez, por mucho que estos gusten de divagar y escribir circunloquios en las noche del verano asiático.
Esto, los de los buzones compartidos, es un problema de intimidad y rubor entre la comunidad de roedores, pero las ardillas mayores lo aceptaron en su día para no llenar los árboles de cajetillas, clavos y pintura roja, no fuesen a resultar un reclamo para los toros y luego encima hubiese que limpiarlo todo de pasión y furia.
Los carteros de las ardillas suelen ser autónomos que trabajan por cuenta propia. Monárquicos por naturaleza, visten de negro incluso los días de fiesta. No son curiosos (se hace mucho hincapié en esta cualidad en sus entrevistas de trabajo) aunque la naturaleza es la naturaleza y no pueden evitar mordisquear compulsivamente las esquinas de las cartas, dejándoles en las papilas un sabor a amores locos e irrefrenables que les llena tanto que evita que después le metan mano a las avellanas frescas, ñam, ñam, y a otra cosa mariposa.