miércoles, 18 de diciembre de 2013
La desaparición
Lo suelo repetir muchas veces: hay que tenerlo claro.
No digo que vaya a pasar, pero si pasa, mejor tenerlo pensado.
Y sí, me refiero a qué pasa si un día aparece un duende y nos concede un deseo.
No digo que vaya a pasar, y que si pasa no nos conceda tres (mucho mejor, oye), pero si un buen día, al cruzar la calle se nos aparece un duende y nos dice: "Dime un deseo, que te será concedido" la cosa es tenerlo claro para que el pobre duende no se quede esperando.
No digo que vaya a pasar, pero si pasa mejor no perder la oportunidad.
Así que sí: yo, lo tengo claro.
Es cierto que a la terna de finalistas, muy reñidamente, llegaron el volar, la teletransportación y el ser invisible cuando yo quiera. Y es cierto que me costó pero, por razones que no voy a desarrollar aquí, yo me quedo con ser invisible cuando yo quiera.
El caso es que tan largo prólogo lo cuento porque hay algo en el "desaparecer" que siempre me atrajo.
Y quizá, sin saberlo, sea una de las razones por las que fotografío. Porque con una cámara en las manos -sé que muchos lo habréis experimentado- uno acaba desapareciendo.
Y no hay reglas.
Yo siempre digo que hay que relajarse y mirar.
Primero con los ojos, luego con el visor.
Tomar nuestro tiempo.
Puede que al principio la gente te observe, que alguno se moleste, que se sientan y los notes incómodos. Pero, al cabo de no mucho, sin saber por qué, dejas de existir para ellos. Y tú sigues mirando pero no existes. Has desaparecido y tienes esa infinita suerte de poder observar la vida desde la transparencia.
Estas fotografías que enseño, no demasiado buenas, hablan de ello.
Con el móvil, en una cafetería de Oporto, me siento y observo.
El espejo es acaso el único que se ha percatado de mi presencia, el espejo es reflejo de que sí, de que ahí estaba yo.
Todo lo demás es una cámara -algunos la llaman duende- que sin preguntarme siquiera me hizo desaparecer.