viernes, 3 de julio de 2009

Slam (Cines Renoir)



La poesía, el cine, y la madrugada...

Slam, no puedo recordar la fecha, en una sesión de madrugada. 
Esas sesiones noctámbulas, los fines de semana a partir de las doce y media, empezaron en los cines de la capital allá por la década de los noventa. Desde entonces se ha convertido en una buena manera de que las películas continúen en cartel tiempo, incluso años, reconociendo que de otro modo eso resultaría imposible.
Recuerdo con cariño películas como "Clerks" o "Los amigos de Peter" que llegaron a estar más de dos años seguidos en cartel.
Ahora que no vivo en Madrid, justo es reconocerlo, es una buena forma de recuperar estrenos que no se encuentran de otra manera. 

Aunque claro.
Ver una película a la una de la madrugada tiene sus riesgos. Para qué nos vamos a engañar. El cansancio y las costumbres de uno, es lo que tiene. 
Pero cuando la película te engancha, cuando se mete dentro de ti y te atrapa, cuando consigue que abras los ojos, que tu cerebro se despierte, que tus sentidos se activen, cuando eso ocurre, no hay mejor hora ni mejor momento para disfrutar de la proyección.
Es un lujo.
Tengo que recordar especialmente también las proyecciones de "La escafandra y la mariposa" y la de "El niño que gritó puta", que me sacudieron, me despertaron, y me dejaron igualmente una huella indeleble.

El escenario nocturno, la sala de cine, a esas horas, además, está lleno -o vacío- de un público variopinto y heterogéneo, peculiar y divertido. Las anécdotas más curiosas en un cine -y mira que hay, mira que uno las va acumulando- casi siempre suceden a esa hora.
El cine, como espacio físico, siempre es un lugar para disfrutar...

Slam, no recuerdo la fecha, en los Cines Renoir de Plaza de España. Como ya he dicho, los que pertenecen al llamado circuito de versión original.
Eran la una menos diez de la noche cuando ya estaba sentado a la espera de que la película empezase, recuerdo que en aquella ocasión acompañado por Isabell, una amiga austríaca.
Los diez minutos anteriores al inicio de una proyección de cine son momentos especialmente interesantes. No hay mucha conversación, y sí todo un abanico de rituales. Que si limpiar las gafas, que si acomodarse en el asiento, que si cruzar o no las piernas, que si quitarse el reloj de la muñeca izquierda y guardarlo en el bolsillo derecho... Cada uno tendrá las suyas, pero esos instantes de concentración previos a la magia son siempre curiosos y a mi particularmente me dejan con un ánimo bastante nervioso.

Ví Slam, no recuerdo la fecha, una madrugada en Madrid. La había dirigido Marc Levin en 1998.
Sí que recuerdo el sabor real del ambiente carcelario, la febril excitación de un recital entre humo, rabia y amigos. Recuerdo el inicio del amor, recuerdo la facilidad para expresar los sentimientos, la dificultad para escapar de un futuro que parece escrito.
Recuerdo el tono documental de una realidad -la de la comunidad negra en los USA- ciertamente dura y hostil, y cómo el ambiente denso y pesado se va marcando a fuego en cada fotograma.

El Slam es un  movimiento que nace en los suburbios y que mezcla recital, rap, improvisación, poesía, exhibicionismo, provocación, y sentimiento.
Hay mucha poesía en Slam
Ese rap (rhythm and poetry) que se va colando en nuestras mentes, explosionando de una manera febril, agolpándose y retumbando en los ecos oscuros de una sala que condensa.
Hay mucha poesía y muchas ganas de cambiar la realidad que no nos gusta. Quizá por eso me atrapó. Por ese encontrarse ante un camión a doscientos kilómetros por hora y no saber que hacer. ¿Correr? Quién sabe.
Hay catarsis y hay redención. ¿O no?
Qué difícil escapar de la realidad y cómo merece la pena intentarlo...

Cuando la proyección acaba, la sala vuelve a encenderse, pero la realidad ya no es lo que era. Son las tres de la madrugada y todos tus sentidos están activos y dispuestos.
Es fin de semana y la calle tiene una vida que el mundo del que acabas de regresar hace que te distancies. 
Vas andando, mirando las caras alegres de quien se cruza en tu camino. Y tú pensando en Ray, en sus versos lanzados al aire, escupidos con rabia y dolor, con ecos de barrotes y mafias, que retumban al compás de tus propios pasos.
Y sigues paseando hasta que ya no sabes donde estas...