miércoles, 21 de agosto de 2013

El corte de digestión


El corte de digestión, que había nacido en Soria una fría mañana de invierno, pierde ahora su tiempo en los after de San Petersburgo, entre el caliente vodka que malvenden en los supermercados y las canciones de Rancapino que todavía guarda su iPod de cristal roto.
Una sombra de lo que fue, así cuentan los que lo ven, vagabundeando insomne por callejones, canales, albergues y puentes que por desconocimiento todavía lo cobijan.

El corte de digestión fue el amigo de las madres, su salvador, su consejero espiritual, su excusa recurrente.
Eso fue así desde 1923 hasta poco antes de la primavera de 2013.
Ya no.

Por aquellas fechas se convocó una reunión de todas las madres/padres del mundo, conectados en las alcantarillas de Chicago a través de video conferencia, para elaborar una lista de excusas alternativas para impedir el incómodo baño de las 16:00 de los niños menores de diez años.
De aquella reunión saldría un libro, el hoy mundialmente conocido súper ventas "9.999 razones para una siesta", donde de un modo nada sibilino se empezaba por la excusa 002, dando a entender que la 001, la del corte de digestión, habría de desaparecer de por vida del inescrutable mensaje de las madres.
Y para entender las razones de tan ominoso rechazo habremos de remontarnos a septiembre de 2012.

Son las 12:30 del 4 de septiembre y hace calor todavía. El corte de digestión se acaba de levantar en la cama de un hotel que no recuerda haber pagado.
En su cama, dos Tigretones, una morcilla de Burgos, tres almendras garrapiñadas, un té de lata, alubias de bote, un sobre para especiar las albóndigas con guisantes y tres red bull ya vacíos.
Algo le incomoda.
Se nota pesado, eructa -con ello tiembla el edificio y la policía es avisada de inmediato- pero no se le pasa.
No lo sabe entonces (algo le contarán, ya desde la cárcel) pero le han tendido una trampa. Nada que se pueda probar en el posterior juicio que lo condena, por no tener antecedentes, a trabajos sociales para la comunidad durante los próximos seis meses.

Muchos lo habréis adivinado ya a estas alturas: Fue El Tang.
Bajo ese artificial sabor a naranja, piña, frambuesa, mandarina o mango, se encontraba un amargado producto lleno de colorantes y edulcorantes artificiales que, con ayuda de Horatio Caine, del CSI Miami, emborrachó al corte de digestión con su bebida favorita: El Jack Danniels con Coca Cola.

El escándalo fue mayúsculo y las madres/padres activaron su lobby. El resto es historia.

Hoy ya a nadie se le corta la digestión, hoy nadie tiembla o se marea ante unas gambas al pil pil, unas mojellas estofadas o un gratinado de berenjenas con cordero.
Pero cuidado. En algún lugar de Rusia, envuelto en frío pero conservado en vodka, el corte de digestión clama su venganza, una que ni a los ovolácteos les salve de un retortijón que les doble las piernas y les haga probar el frío, soso y compacto asfalto de Dubrovnik.