sábado, 31 de agosto de 2013

365 irrefutables razones que nos llevan a pensar que los mayas tenían razón y el fin del mundo llegó el 21/12/12 (XXXV)


239) Roland Emmerich

240) Porque Arnold Bedford se había propuesto tres metas en esta vida: plantar un libro, escribir un hijo y tener un árbol.
La primera fue fácil: cogió "El Barón Rampante" de la biblioteca de su primo, se fue al campo un jueves que no había nadie y cavó para ocultar aquella fantasía inmejorable de Calvino.
La segunda fue, si cabe, muchísimo más fácil. Cogió uno folio impreso con un billete de Renfe que usó el mes pasado, le dio la vuelta y escribió: "Un hijo".
Pero la tercera meta no era tan fácil. Podía haberle comprado un algarrobo a Matías, su vecino argentino, pero él quería tenerlo él, dar a luz, parir un árbol. Durante meses hizo el amor con eucaliptos, con higueras, con acacias o cipreses pero nada. Intentó la fecundación in vitro en una clínica de Boston donde sencillamente le estafaron pues la resina inseminada no parecía ser de la máxima calidad.
Y él, no conforme con defecar y llamar a aquello "plantar un pino", se sintió estafado, triste, humillado y perdido. Se sintió, sin ir más lejos, como un alcornoque. Y paseaba así por el extrarradio de Northamtpon cuando divisó un bosque entero de alcornoques como él, que agitaban sus ramas, guiñaban sus ojos y meneaban sus troncos.
Lo que no sabía Roland es que hacer el amor con un bosque era una de las tres normas no escritas que estaban prohibidas en el condado de Northampton, así que convocaron el juicio final y le dieron un abogado de oficio, de modo que la cosa estaba cruda.

241) Porque no mucho después llegaron los ecos de un "pero sé que en mis brazos, yo te tuve ayer".

242) Porque las autoridades sanitarias advertían, advertían, pero pareciera que no se tomaran en serio las cosas.
Lo pusieron en las cajetillas de metacrilato: el fin del mundo puede ser perjudicial para la salud.
Lo pusieron, con fotos, en el dorso de las tarjetas de embarque de vueling: el fin del mundo (y se veían tormentas, volcanes, tsunamis, ciclones, tornados y maremotos) puede ser perjudicial para la salud.
Lo pusieron en vallas publicitarias al lado de rotondas sin sentido, lo pusieron en los anuncios de la tele tras quince minutos de coches, móviles y colonias, lo pusieron como tatuaje obligatorio de cada diez mil niños nacidos uno.
Y nada.
Menos multas y más vigilar a los mayas, pero ellos no. Curarse en salud y luego pasa lo que pasa.

243) Entonces Liamos Fideos Isleños Negros DEL Mismo Uraño Narcisista De Obama.

244) Porque se pusieron a jugar al escondite Roberto Peña, Marta Cubillo y el fin del mundo. Roberto era ciego y se despeñaba por los pequeños terraplenes que había en el descampado del barrio de Miraflores, haciéndose heridas que curaban tarde porque su madre no tenía agua oxigenada. Pero Marta era mucha Marta. Marta tenía olfato de sabueso y mirada de lince, y no se le escapaba una. Así que por mucho que el fin del mundo se hubiera escondido debajo de la tierra, restregando sus dedos con resina y tratando de oler a tierra y musgo seco, ella se acercaba por detrás ponía sus manos de uñas nacaradas en el hombro y decía: te toca, fin del mundo.
Y qué iba a hacer él sino dejarse llevar.

245) Porque se acabó la diversión. Llegó el comandante y mandó parar.