El vacío todo lo llenaba, lo inundaba.
A medida que la casa se iba llenando de vacío yo me sentía como en aquel cuento de Cortázar, y me quedaba sentado en el último rincón con una sartén, dos camisetas, un lápiz y mi iPhone.
Pensé en todo lo que había cambiado, pensé en el eco de mis pensamientos rebotando en las paredes blancas, pero el vacío seguía avanzando.
Y le ofrecí la sartén para ver si se calmaba un poco, aun a sabiendas de que en realidad lo estaba haciendo más fuerte.
Porque yo sí que puedo vivir sin huevos fritos.