Siempre que regreso a casa sacio rápido la necesidad de revisitar mi terraza.
Hay en esos recovecos de plantas y hojas una selva de formas, una explosión de palmeras y clorofila.
Si encima vuelves y el viento inunda el atardecer, los entrecruzamientos se desdoblan y se multiplican, el verde se expande hacia afuera y hacia arriba, y se mezcla irreverente con el aire revuelto del ocaso.
Y enmedio estás tú, con tu cámara.
Ver el movimiento de las hojas es mirar el mar de la tierra mecido por el viento.
Ver el deslizamiento de las plantas, el baile de sus forma, es jugar con encuadres que cambian a cada segundo.
Y luego vas y los mezclas entre ellos.
Mezclas líneas, mezclas vida, mezclas viento.
Mezclas las hojas entre ellas en una lucha contra el propio espacio.
Y tiñes de verde.
Y desaturas.
Y te pierdes por los recovecos que tanta hoja deja.
Y ya tienes nueve fotos.
Y ya.