Dicen que se acaba el año. Tiempo de hacer balance y nuevos propósitos para el que entra.
Y yo no sé, porque saber que mañana es un año distinto, sólo eso, es ya mucho saber.
Coincidencias...
o no, acabo este año con las mismas trescientas veintidós entradas que el dos mil nueve. Un poco buscado, es verdad, porque yo soy así y me gustan estas cosas. Aunque todo parecía indicar que lo iba a superar por uno pero no, al final la cosa quedará en empate.
Es un número excesivo, irreal, desvergonzado.
Sí.
Como aquel.
Balances...
que como su propio nombre indica, van y vienen.
Yo sigo disfrutando con esto, y lo demás importa poco. Me da mucho más que lo que me quita, y lo que me quita es esa tontada que llaman tiempo.
He vuelto al placer de dibujar tiras, de escribir, de tener todos los huecos ocupados.
Llegará un momento -llevo dos años diciendo- en que bajará la frecuencia, el desbordamiento, la locura.
Pero mientras eso no pase habrá que aprovecharse, que las siestas cuando se prolongan enlazan con la noche.
Propósitos...
para el año nuevo, que no son demasiados.
Virgencita, virgencita.
Seguirá habiendo manos, pájaros y coche; seguirán con mucha fuerza y brío renovado las historias del otro lado, ahora que los lados se confunden; seguirán las fotos, los poemas, los bomberos; seguirán con ese ritmo más pausado los cortometrajes no mostrados, los pirandellos escondidos, las biografías apócrifas, las películas y sus salas.
Pero hay una sorpresa.
O un susto.
O una amenaza.
Después de un tiempo de descanso volverán, por derecho propio y con energías renovadas, las "365 razones" que tanta sinrazón me dieron.
Faltaba un nuevo sofisma al que entregarse en cuerpo y alma a razón de una entrada diaria durante todo un año.
Después de desarmar la falacia de un mundo redondo y demostrar empíricamente que en realidad es plano, he encontrado mi nuevo caballo de batalla.
Va a ser difícil, lo sé.
Pero la lucha merecerá la pena.
Empecé este blog un veintitantos de enero, casi como un propósito para aquel año que comenzaba. Será entonces, a modo de regalo de aniversario, cuando toque desvelar que gigante molino ha de ser derribado inmisericordemente.
Y ponerse a ello.
Y deseos...
deseos que no falten nunca. El deseo es el motor del camino, pardiez. El deseo es utopía, esa pila imprescindible.
No hay que esperar que un año acabe para formular deseos. Los deseos se deben llevar cosidos a la piel cada mañana de marzo. Para los demás y para uno.
Pues eso.