Los bomberos riegan el mundo a su manera, y si no hay incendios se vuelcan con las plantas y el abono.
La selva, la inmensidad del verde, retales del amazonas en un rincón de su casa: No hay mayor relajo para la cansada vista del guerrero imaginario.
Pacíficos que se vuelcan, chifleras que se expanden. Cintas y claveles entre eternas buganvillas. Las enredaderas que se enredan, las palmeras que se ofrecen o las azofaifas escondidas.
El universo en maceteros rotos de raíces y viento para los bomberos locos de calor y desencanto.
Y es que el bombero acaba siendo la flor de tanta hoja.
Rojo irradiado entre el verde oliva y el verde menta.
Su agua es el rocío y ya ni la manguera necesita.
Un temporizador, gota a gota, moja sus mañanas veraniegas; lágrimas de vida al final de la fotosíntesis, ducha matinal en espera del sofoco.
Y sólo durante el verano su universo se expande.
Pasarán pues, los días ocultos y desterrados.
Pasarán, sí, las tardes de siesta y regocijo.
Pasarán los trenes que nos llevan a otros mares.
Volverá el olor a madera, la lluvia en los cristales.
Volverán los ruidos, las noches subtituladas y el azabache en la nevera.
Volverán los bomberos a mirar el verde tras la ventana encerrados.
Y habrá más vida, aunque se sufrirá de lejos.