viernes, 2 de julio de 2010

David Bowie (5 y 5)



Tomas Jones, el padre de David, conocido por todos sus amigos como Mayor Tom, aún recuerda perfectamente el día en que concibió a su hijo. 
Fue un 10 de marzo de 1946, en las fiestas del barrio londinense de Brixton, cuando el bueno de Tomas se ligó casi sin querer a la taquillera del tren de la bruja y se la llevó de madrugada al interior de la nave espacial del tiovivo del universo.
Por eso Bowie se consideró siempre hijo del espacio exterior, y razón no le faltaba.

Su padre siempre tuvo en la cabeza llamarle Tom Waits, en honor al impaciente bisabuelo de David. 
Pero, cuando dos días antes de que su mujer diese a luz fue a comprar una pechuga de pollo hecha filetillos y cogió el ticket número cinco, su decisión dio un giro inesperado.

Cinco letras tendría que tener el nombre.

Eligió David sin saber que el rasposo de su hijo cambiaría su apellido antes de sacarse el carnet de conducir, en honor -nunca se supo muy bien- si de un mercenario o de una bombilla.
Al menos Bowie, al igual que Jones, tenía de nuevo cinco letras.
Pero para liar más a su padre se hizo llamar Ziggy Stardust o The Thin White Duke, aunque como acabó por dedicarle una canción, su progenitor nunca se lo tuvo en cuenta.
Y es que siempre fue un rebelde...

Bowie tuvo muy claro desde siempre que se dedicaría a la música, y ni peleas en la escuela, ni fortuitos cambios de color de su ojos le harían desistir de su idea.
Y mira que Lindsay Kemp trató de embrujarlo con sus bailes, pero no hubo manera de desviar al joven David de su camino marcado.

Como todo buen músico tocó el saxo, cantó y consiguió estar de parranda cinco días (brindando por su nombre) con sus cinco noches (brindando por su apellido), bebiendo sin parar y sin invitar a ninguna copa a sus compañeros de farra, el muy jodío.
Iggy Pop, con el que compartiría piso en Berlín, le quitó el récord apenas tres años después y todavía está en el Guinness, nunca mejor dicho.

Al ser guapete y delgado, acababa gustando tanto a los hombres como a las mujeres y él, promiscuo y un poco descocado, se dejaba querer.
Pero, como en el fondo tenía buen corazón, escribía una canción por cada noche de desenfreno y se las dedicaba a sus amantes, así que su carrera subió como la espuma en cantidad y calidad.
Hasta le permitieron ser actor, y eso que no se le daba, la verdad. En venganza concibió un hijo para que fuese director de cine, y es que si siempre habrá gente con poderío, Bowie es lo más.

Hombres, mujeres, fama y dinero, nada de eso consiguió nunca colmar el espíritu inquieto de Bowie.
De hecho, todavía hoy, la única ilusión de este sesentón británico es la de ir de pueblo en pueblo, buscando en sus ferias la ya caduca y olvidada atracción del tiovivo del universo, intentando encontrar sin descanso la nave espacial en la que fue concedido una fría noche primaveral de Brixton y poder volver así a su planeta y a su casa.

Lamentablemente sólo se encuentra -como mucho- con la ranita feliz, y eso desconsuela un poco más su corazón de vagabundo.
Por mí que tarde mucho en llegar el día de su partida, aunque sé que lo despediré desde el Balcón de Europa con un pañuelo blanco entre las manos, mientras en el iPod me pondré, enmascarando las lágrimas, alguna de sus ya legendarias canciones...