domingo, 15 de diciembre de 2013

365 irrefutables razones que nos llevan a pensar que los mayas tenían razón y el fin del mundo llegó el 21/12/12 (XLIX)


337) Porque estando en el colegio el mundo había discutido con Saturno, ya que éste le había robado un phoskitos de la cartera mientras el mundo ligoteaba con Plutón -que si quedamos para cenar sin que mis padres se enteren- y entornaba sus párpados de Índico.
Se pelearon en el patio de atrás, a la salida del colegio, remangadas la mangas de Sáhara y embadurnados del barro fresco de la mañana. En la pelea a Saturno se le fue un anillo y sin darse cuenta ni quererlo estaban casados, Saturno y mundo, y se besaron con el frío que da Groenlandia.
Escaparon por la noche, pensando que los agujeros negros eran promesa de una felicidad que no, que nunca llegaría.

338) Por llevar siglos y siglos y siglos no sólo comiendo alimentos en mal estado, sino produciéndolos y consintiéndolos, como los gobiernos asesinos que no ven más allá de sus empañadas gafas de inconsciencia.

339) Porque el mundo quería irse de fin de semana a un hotel rural, beber vino caliente y fumar alguna hierba que le diese risa. Entró en una franquicia venida a menos, agencia de viajes influyente en su momento, para que le hiciesen un precio redondo.
La cosa era un poco cara pero como le apetecía tanto, pidió financiación.
Sí. A Bankia.
Todo lo demás es historia, que viaja en una cápsula donde se salvó lo único que se pudo de este mundo crual: el plató de Intereconomía.

340) Porque no estaba de parranda.

341) Porque el amor es cosa de mirarse a los ojos, de saber aguantar el silencio, de imaginar cómo tu mano acaricia sin siquiera estar presente.

342) Porque el fin del mundo tenía ese toque talentoso para contar historias a los niños que se iban a dormir antes de las 21:30, fabulando con animales mitológicos que engullían edificios, con marionetas checoslovacas que invadían la tierra de sus ancestros, con epidemias inverosímiles que destruían los oídos, con escafrandras metálicas que hundían alcornoques y alondras, con plagas de palomas picoteando la piedra hasta hacerla agua, y todo en ese plan.
Aquellos niños crecieron y sus sueños inundaron las aceras de doble sentido, las grietas de cal, las rendijas del futuro.

343) En realidad el mundo no quiso morir, quería dormir, pero para comunicárselo a aquel doctor sordo, no tuvo mejor idea que contratar a un traductor de lenguaje de signos sudafricano, que era muy conocido en toda la región. Y la liamos.