lunes, 14 de octubre de 2013

La foto que no es tuya


Se produce por el exceso, por el despiste. Quién sabe por qué se produce.
Pero pasa.
Pasa y gusta.

De un viaje vuelves cargado. Vuelves cansado, vuelves exhausto. Vuelves con la cabeza allá, con el corazón dividido y el alma inquieta.
Los ojos llenos y la tarjeta de memoria de la cámara, esa que se encarga de guardar los momentos ganados al tiempo, también llena.
Y con el digital acaban siendo miles, casi sin darte cuenta, las fotografías que te acompañan al regreso.
Son muchas, sí. ¿Demasiadas? Yo no lo creo.

Pero procesar tanta imagen es un reto.
Y no me refiero al retoque digital, a la manipulación a través de software.
Cuando hablo de procesar hablo de asumirlas, de hacerlas tuyas, de recordarlas.
Hablo de procesarlas interiormente, de recordar el momento en que estabas allí, frente a la escena, y hablo de cómo tratas de averiguar -al verla- qué te llevó a disparar.
Entonces, de nuevo, la fotografía vuelve a ti, y en esa comunión de tiempos se establece una unión ya indivisible.

Por eso, por mucho que uno sepa que va a pasar y pase, no deja de sorprender que, cinco años después de un viaje, revisando por azar, por puro azar, una de las carpetas de entonces, aparezca una fotografía que no recuerdas haber hecho, que no reconoces como tuya, que se presenta nueva y distinta y hermosa.

¿Dónde diantres has estado? Le preguntas.
¿De dónde sales? La miras, inquieres y no responde.
Ella, escondida entre muchas, si acaso te devuelve la mirada y conserva el misterio.
O, como el caso de ésta que os muestro, se esconde tras la verja (la niña, la foto) baja la mirada y me dice que sí, que yo estuve allí, mirando, aunque no lo recuerde.
La memoria arbitraria, de la que escribí hace poco, vuelve a tomar presencia.

Me ha pasado cuando alguien me ha enseñado veinte años después algún dibujo que le regalé hace veinte años, y que no veía desde entonces.
La extrañeza ante algo que sabes tuyo pero que no recuerdas es muy curiosa.
Esa separación -a veces tan conveniente- entre obra y autor hace que puedas mirar esa obra sin la inevitable contaminación que ofrece la autoría.

Quizá por eso miro de frente a esa niña vietnamita que se esconde tras la verja.
Quizá por eso miro de frente esa fotografía que siendo mía no reconozco como tal y, lleno de una vanidad que no me corresponde digo: pues no, no está mal.
Quizá por eso miro esa foto que no recuerdo como mía y le digo: bienvenida.