A veces basta con mirar, a veces basta con que te miren.
La fotografía es dejarse llevar por ese vericueto e insondable camino de la mirada.
En muchas ocasiones, lo he contado alguna vez, simplemente me dejo llevar por un objeto, un elemento, algo que me atrae y que no me suelta.
Entonces cojo la cámara y empieza el ritual.
La limpio, la ajusto, elijo la óptica y me sumerjo en ese objeto, en ese elemento.
Pueden entonces hacerse cuarenta o doscientas fotografías, imágenes que salen de la nada, mientras el tiempo queda detenido y en suspenso.
El otro día andaba yo por los talleres de la Escuela, documentando las actividades de los Ciclos, cuando me topé con este maniquí, arrinconado en la sala de dibujo.
El me miró sin mirarme y yo decidí detenerme un rato y jugar con él.
Me sonrió todo el rato y eso me gustó, pues me tomé el tiempo que consideré oportuno.
Cuando me fui, ritual mediante, lo miré de reojo pero entonces el tenía la suya perdida en el infinito, pensando en no se qué, sonriendo a vete tú a saber.
Y me fui, con ese tonto intercambio de miradas, feliz por un buen rato.