domingo, 2 de junio de 2013

365 irrefutables razones que nos llevan a pensar que los mayas tenían razón y el fin del mundo llegó el 21/12/12 (XXIV)


162) Porque Marion Jennifer Amber, cazadora de panteras y guepardos en la sabana keniata, estaba acostumbrada a volver locos a los hombres con sus certeros disparos a lomos de su caballo Rocinante.
Su melena suelta, sus turgentes pechos, su voz grave, y -por qué no decirlo- su cuenta corriente heredada de un tío brasileño demasiado pacato para dilapidar lo que la burguesía londinense de su linaje había acumulado en el siglo XIX, volvía locos a todos los hombres que a su alrededor revoloteaban.
Ah, pobre Marion. Feliz en su desdén, siempre quiso más.
Insaciable, quiso matar y mató leones con sus manos.
Sin sentido de la medida, quiso beber y se bebió los lagos de panga e hipopótamos de todo el continente africano.
Nadie la paraba. Todos reían sus gracias, mirando los rizos que de su cabello cortaban y amenazaban al viento.
Y entonces ella, creyéndose inmune, dijo este mundo es mío y el mundo se rindió a sus pies.
Y allí, arrodillado como estaba frente a una cazadora de panteras, no pudo percatarse de lo mal que le había sentado tanta agua empantanada de mosquitos y alga, y el mundo impasible, torpe, humillado y entregado, murió ahogado por la vomitona de una mujer insaciable pero con claros problemas de vegija y colon.

163) Porque total, si el Málaga no va a jugar la UEFA por culpa de un jeque árabe que invierte millones pero descuida sus deudas, ya qué sentido tiene nada, qué sentido tiene todo.

164) Porque Mimber Grechel, espiritista de Hamburgo que emigró a Boston cuando contaba con solo catorce años, había arrancado las pegatinas de cada cerveza que llevaba bebida desde los diecisiete.
Siempre el mismo ritual: arrancar la esquina superior izquierda levantándola con la uña y pegar un tirón plásticamente sugerente que dejase un rastro aleatorio y fugaz del papel y el pegamento sobre el cristal helado.
Así siempre sobre cada puta cerveza.
Y llegó el fatídico día en que el universo conjugó sus tres factores para empezar el comienzo del mal más apocalíptico jamás soñado.
Primero, culpa de Mimber por cortar sus uñas. Segundo, culpa de la luminosidad del local, exigua como el amor que brota en sus esquinas y, tercero y más importante, la evolución en diseño de la cerveza preferida de Mimber, que había decidido sacar al mercado una serie de botella sin etiquetas en papel, serigrafiando directamente el cristal impenetrable.
Y allí acabó el mundo, escarbando diamantes sobre un cristal verde opaco, en una noche sin sueño ni futuro.

165) Porque el 19 de diciembre un hombre grito a la de uno. Al día siguiente, Paco Andújar gritó a la de dos. Y el 21, como quien no quiere la cosa, un maya que estaba jugando al voley en una playa de Río gritó mientras machacaba un balón amarillo: a la de tr

166) Porque justo en el momento en que perdemos el sueño para llegar a eso que llamamos realidad, el sueño desaparece. Y cuando dejamos la realidad, en ese duermevela inasible, para entregarnos al sueño, la realidad se volatiliza.
Pues Raimon Brown, cabezón como el solo, se dijo de probar los dos abandonos a la vez y en una dirección, la de la nada, que de momento y sin saber no aventuraba nada bueno...

167) Porque el fin del mundo es la única razón que Humberto Rialto Macías inventase Coslada.

168) Porque el fin del mundo empieza por la z, que es como decir zfin, y que se pronuncia esfínter.
Los esfínter, como todo el mundo sabe, cierran y dejan pasar a su antojo.
Pero el esfínter del mundo, joven y todavía durmiendo en los pañales de la vida, no sabía qué tenía que dejar pasar y que no, así que hizo un "pasemisí, pasemisá" que nos dejó vacíos.
Con ganas de churros, sí, pero vacíos.