sábado, 18 de mayo de 2013

365 irrefutables razones que nos llevan a pensar que los mayas tenían razón y el fin del mundo llegó el 21/12/12 (XXII)


148) Porque el mundo se acabó, y cada día que pasa todos -suecos, keniatas y tailandeses- son más y más conscientes que este esperpento de pseudo vida que estamos viviendo es, en mayúsculas y con un poco de vaho pegado a las entrañas, un sueño del gran y añorado Berlanga.

149) Porque en el arcaico y circunspecto modo de apareamiento de los planetas, siempre hay hueco para la ternura, los dislates y la inexperiencia.
Lo malo es la abstinencia prolongada, y cómo retomar los hábitos.
Los planetas se dejan llevar por sus instintos, y entre ellos no existe el mañana. Mucho menos si el deseo desborda sus océanos, su tierra encallada.
La última vez que un planeta mujeriego y perverso atravesó el sistema solar guiñando a la Tierra maldades lujuriosas, muchas estrellas presintieron que el final estaba cerca.
"Tonto", "Muérdeme" y "Ay" fueron los únicos ecos que quedaron de aquella desenfrenada pasión obnubilada.

150) Porque si ciento cincuenta razones no son suficientes, la siguiente es la ciento cincuenta y una.
Todas tan irrefutables que asustan.

151) Porque Harriet Granger Perkins había vivido durante cuatro siglos en solo dos casas distintas.
Austera e instruida en el arte de escribir, se ganaba la vida como fumigadora de plagas, y sus no pocos amigos la llamaban con cariño y respeto "la chica del humo".
No se le conoció apego a lo material, ni pareja que la acompañase en sus paseos matutinos a orillas del río Hudson.
Todos pensábamos con razón, viéndola brillar etérea entre nuestros sueños de azafrán, que cuatro siglos eran muchos y que tarde o temprano acabaría por abandonarnos, cosas de la edad que no perdona.
Lo que nunca imaginamos que fuera un banco, apropiado de nuestros bienes y sin un desfribilador que controlase sus ansias, el que desahuciaría a la buena de Harriet, solo porque las cucarachas llevan cincuenta y tres años ganando la batalla en el purgatorio.
Harriet, que podía haber renegociado la hipoteca, no lo hizo.
Y, eso lo sabía muy bien Juan, el administrador que vive en Hanoi, la pereza la desbordaba con solo pensar en una mudanza, mira que le había costado hace trescientos veinte años la primera. Así que dijo basta.
Para mí, verla partir tan feliz con solo una mochila de colores donde predominaba el naranja, aquella fría tarde de miércoles, fue una premonición de lo que estaba por pasar: la chica del humo se llevó mis nubes, y ya no llueve -nunca más- a gusto de nadie.
Y así no merece la pena.

152) Porque la Tierra tuvo hipo, cosas de hablar rápido y comer sin masticar, atolondrada y nerviosa como se confesaba no hace mucho a la revista Hola.
Y el hipo se cura así y se cura asao.
Qué sabrá nadie.
El hipo se cura pidiéndole a aquel agujero negro, el que está a tan solo veinte mil años luz de distancia, que venga y le dé un susto a la Tierra, cuando está desprevenida viendo el fútbol.
¿Que si se quita? Vaya si se quita.

153) Porque lo que tú enciendes, si yo no lo apago, explota.

154) Porque había tres anillos de oro y zafiros que se bañaban ingenuos y desnudos en la cueva de Alí Babá, entre maravedís de alta acutancia, cáliz con forma de pinaza, candelabros brillantes y demás tesoros sabiamente administrados con el transcurso de avaricia por el dueño de la cueva.
Los anillos, juguetones como no podía ser de otra manera, se miraban a sus piedras preciosas y pensaban que el mundo era eso: Lujo, dorado y fulgor entre el húmedo musgo de la roca.
Pero llegan los mapas, llegan los asaltos, las expropiaciones y el IVA.
Y, siglos después, esos anillos inocentes acaban en manos de tres hermanas, constructoras tirando a amargadas, con plaza de aparcamiento en la mismísima calle Serrano y una mancha de café en los gemelos.
Los anillos se vuelven tristes y una buena mañana amanecen de cobre y bisutería. Es el signo de los tiempos, se dicen mientras notan cómo el parqué que antes crujía es ahora de tarima flotante.
¿Qué será lo siguiente? Se preguntan sin saber que Alí Babá tiene intención de reconstruir su imperio en otra dimensión, que aquí todo es gris marengo, y que cuando los llame al móvil un 21 de diciembre para decirles "ven" ellos, anillos siempre pese a quien pese, lo dejarán todo.