lunes, 10 de diciembre de 2012

Inventarse una novia























A veces hay que hacerlo: Hay veces que no queda más remedio que inventarse una novia.
Y yo no me inventé una, yo me inventé varias.

Supongo que fue por las circunstancias, supongo que influyó la pereza, imagino que la idea primera era no meterme en líos.
Pero es que a veces la cosa se complica.

Vayamos por partes:
Todo nace de, por desgracia, haberme movido por países donde el llamado turismo sexual está más que extendido.
Lamentablemente no es cosa circunscrita a uno o dos países, o sea que tampoco era -es- tan difícil encontrarse con él.
No me gustaría que sonase a justificación ni nada parecido, pero me gustaría explicarlo de un modo que pueda entenderse claramente: 
Si el turismo sexual es algo repugnante cuando piensas en él, antes de partir, cuando por circunstancias lo ves, te roza o lo intuyes, te das cuenta que en realidad es mucho, muchísimo peor.

Muchos de los que viajamos hemos tenido la desgracia de ver en vestíbulos de hotel escenas lamentables, o de escuchar conversaciones en el avión de vuelta con las que vomitarías antes que con cualquier turbulencia.
Pero no quiero entrar más ahí. Es algo que existe, y allá cada uno.

El caso es que -potenciado además por el hecho de viajar solo- en varias ocasiones que no voy a relatar aquí (con españoles juerguistas, con guías bienintencionados, con pícaros recepcionistas de hotel), me encontré con que se me ofrecía la posibilidad de conseguir de manera fácil compañía femenina.
Lo dije antes: quizá por pereza, por no dar explicaciones, siempre que ocurrió, me inventé una novia.
Pensé que ese "no, gracias, tengo novia" evitaría que siguiesen insistiendo.
Y funcionó (recuerdo todavía cómo un español, ante eso, me dijo un "te entiendo tío, yo tengo una y la verdad es que da cosa" mientras llevaba a dos cogidas de la cintura. En fin).
Pensé que funcionaría y funcionó.
Funcionó hasta que llegó Mamadou.

Mamadou es el chico de la foto, y lo conocí en mi viaje a Malí.
Trabajaba como guía en Bamako, y me habían dado referencias de él desde España. Aunque no lo contraté como guía, quedamos en un par de ocasiones para beber unas cervezas y practicar el español.
Fue el suyo, ahora que lo pienso, un comentario más bien ingenuo.
Mamadou, en nuestra primera conversación (quizá para "tantear", quizá solo por curiosidad) me preguntó si aquella noche yo quería dormir a dos piernas o a cuatro.
Me hizo gracia la manera de decirlo pero, reticente siempre, enseguida me inventé mi novia de turno.

Lo que no me esperaba es lo que pasó después. 
Y fue tan sencillo que, por inesperado, me dejó bloqueado.
Mamadou me preguntó: ¿Y cómo se llama?

Cuando inventas algo con la intención de cortar, no piensas que aquello -tu mentira- vaya a tener que crecer sin parar.
Y eso fue lo que ocurrió.
Como me pilló desprevenido le dije el nombre de la última novia que había tenido, y ahí bien, pero luego preguntó que dónde trabajaba, que por qué no había venido al viaje, que cuanto tiempo llevábamos juntos, que si vivíamos en la misma casa.
Lo normal.
Y la mentira fue tejiendo su historia, implacable.
Me inventé una novia, me la terminé inventando pero a base de bien.

Aquel día me despedí de Mamadou e inicié mi viaje por Malí, quedando para intentar vernos en mis últimos días en Bamako, y así ocurrió.
Volvimos a salir, bebimos nuestras cervezas en el Bristo Bafing hasta que, poco antes de despedirnos, Mamadou se levantó, cruzó la calle, y volvió al poco tiempo con un collar en la mano.
"Toma, para tu chica" me dijo.

Y allí quedé yo, miserable en mi mentira con aquel collar que, como no podía ser de otra manera, acabé dando a mi ex novia, que se lo merecía mucho más que yo.