lunes, 18 de junio de 2012

Melilla es España
















Vale, esta es, en realidad, no una fotografía con historia sino una historia con fotografía.
Pero hablamos de Melilla, y tanto monta...

Durante más de once años viví en Madrid. Fueron unos años impresionantes, de mucho vivir, de mucho aprender.
Pero en ningún momento, de todo ese tiempo, se me pasó por la cabeza empadronarme allí. Durante todo aquel periodo seguí residiendo "legalmente" en Nerja, sobre todo por votar en las municipales de mi pueblo, una más de mis ingenuidades.

(inciso: un día debiera contar mi relación con las ciudades donde he vivido y los gobiernos municipales, pero eso será otro día. Fin del inciso)

Retomamos:
Fue en noviembre del 2003 cuando los azares de la vida (y una uniprovincial) me llevaron a Melilla.
Tardé exactamente dos días en empadronarme allí.
Dos días.
Y no fue -que también- obligado por los distintos parámetros del régimen fiscal, sino por los descuentos que obtenías al comprar los billetes de barco o avión como residente.
Siempre me encantó esa paradoja: adopté Madrid como mi ciudad sin estar empadronado y lo hice en Melilla para poder escapar de ella.
Hacerte de una ciudad para huir de ella. La vida, siempre, resulta de lo más curiosa.

Con todo, lo más llamativo de aquella historia fue el sobre que me llegó con el certificado.
Una reafirmación patria que, reconozcámoslo, para un recién llegado resulta extraña, divertida, y que, a la par, da un poco de miedo.
En la parte de atrás, a la altura del remitente, me encontré ese texto en forma de sello que rubrica todo un sentimiento:

MELILLA ES ESPAÑA.
18 años antes de que Navarra se incorporara a la corona de Castilla.
162 años antes de que el Rosellón fuera francés.
279 años antes de que existieran los EEUU de América.

No puedo evitarlo. Cada vez que leo la frase (lapidaria, contundente, mágica) echo de menos que se rubrique, de nuevo, con un MELILLA ES ESPAÑA, en mayúsculas y al final.
Y te entran ganas de gritarlo, sientes que no basta con leerlo para ti, te gustaría recitarlo a viva voz y rubricarlo con un puñetazo en la mesa.
Yo, que tan poco sentimiento patrio desprendo, reconozco que me encanta.
Me gusta su sonoridad.
Me gusta la palabra Rosellón.
Me gusta la de significados adicionales que se juntan al ser precisamente el envoltorio de un empadronamiento.
Es, no hace falta ser muy ducho para darse cuenta, una advertencia y una consideración: ¿Quieres empadronarte aquí? Pues esto es aquí.

Guardé ese sobre, no podía ser de otra manera.
Aunque me aprendí su letanía de memoria, la parte física viaja aún conmigo.
Ahora se cumple un año de mi partida, de mi desempadronamiento, de mi salto al otro lado, pero, aunque probablemente no me sirva de mucho, siempre sabré que, 279 años antes de que existieran los Estados Unidos de América, Melilla ya era España...