domingo, 16 de septiembre de 2012

Grace Kelly (5 y 5) y Woody Allen (5 y 5)


Grace nunca lo supo con certeza, pero había conocido a Woody Allen mucho antes del que oficialmente sería su primer encuentro, en 1962.

Corría el año 1940, y una Grace Kelly con once, había ido desde su Filadelfia natal a visitar Nueva York junto a sus padres, un caluroso fin de semana de agosto.
Woody era un niño de apenas seis años de edad, judío y extravagante, que se dedicaba a colgar sus guiones en los cables de la luz para ver si así cogían algo de tensión.
En aquella visita, el coche del padre de Grace, un deportista que había ganado tres medallas de oro en remos, se paró en la esquina de la séptima justo cuando una hoja desprendida de un guión de Woody se coló por la ventana entreabierta de la pequeña de los Kelly.
Era la página 127 y correspondía a un diálogo entre Malcom y Mary del que Grace recordaría, clavado a sangre y fuego el resto de su vida, lo siguiente:
MALCOM: Huye conmigo
MARY: No hay ascensor para las burbujas del champán.

El resto es historia, o casi.
Porque todos creen saber que Grace Kelly tuvo una corta carrera en Hollywood que apenas si duró cuatro años. Todos piensan que al casarse con Rainiero en 1956 abandonó el cine para dedicarse por entero a su familia y a su esposo.
Pero no es así.

En 1962, un Woody Allen que ya hacía actuaciones para televisión, que actuaba en el Blue Angel y que incluso había sido actor y escrito el guión de "What's new Pussycat?" , tenía en mente una historia para la que la única protagonista posible era Grace Kelly, princesa y madre ya de Carolina y Alberto.
La película se llamaría "Las burbujas del champán", un título que sin saber por qué le retrotraía a su infancia.

En la película Grace interpretaría a Sophia, una cabaretera de Manhattan que se enamora de un cómico de televisión que no para de hablar ni cuando está dormido. 
Van a restaurantes de moda, cogen taxis cuando está lloviendo, pasean por parques de Nueva York donde lucen abrigos oscuros, mienten a sus amigos, fuman y beben, filosofan con los porteros de los hoteles, visitan la filmoteca sueca de la 72 para discutir sobre su programación, rememoran en flashbacks de color sepia una infancia a través de una voz en off de tono grave, y hay al menos tres veces en que están a punto de besarse.

Grace, fascinada con la historia (e intrigada con el título, todo hay que decirlo) estuvo durante los tres años siguientes escapándose por las noches para rodar en la playa de Larvotto Terano (donde el equipo de producción de Woody había hecho una reproducción de la isla de Manhattan a 1:1) las escenas de aquella rocambolesca e intelectual historia de amor.

La penúltima noche de rodaje, caballeroso como era, Woody había acompañado a Grace a la puerta del Palacio mismo, y cuando se iban a despedir, por el ascensor del servicio apareció Rainiero con un pijama a rayas que le quedaba grande.
Tras una pequeña discusión, Grace le abrazó, lloró, le juró que nunca volvería a ocurrir e hizo prometer a Woody que quemaría aquel metraje (que por otro lado había quedado bastante oscuro, pues con tanto dinero gastado en la reconstrucción de Nueva York en Mónaco no les había quedado dinero para focos).
Woody dijo que sí, sacando un mechero y encendiéndolo para que Rainiero entendiese y solo acertó a decir, mientras la puerta del ascensor se cerraba con aquella pareja de cuento, "no hay ascensor para las burbujas del champán".

Y aquella noche en Mónaco fueron la Fallas de la United Artist.