domingo, 4 de noviembre de 2012

Michael Jackson (7 y 7) y Antoine Batiste (7 y 7)


Antoine es Jackson, Michael es Batiste.
Dicen de ellos mismos que son la vida prendida en la calle, el sudor de la ternura, la algarabía de un baile en pleno Mardi Gras.

Antoine dice que es un Michael pobre que se desboca en los tejados de uralita, que es un Jackson libre que duerme en cualquier sofá de cuero acolchado por el humo.
Michael dice que es un Antoine en la penumbra que no cesa, que es el sueño de un Batiste inmenso colgado de la música y balanceándose hasta la extenuación.

Antoine Batiste decide que es Michael Jackson una noche de primavera y de ahí nadie lo baja.
Es el Michael Jackson niño que se calza una boina y patea las calles de Los Ángeles en busca del dólar del turista.

Van a ser como el ébano desbocado, decide siempre Antoine y Michael asiente.
Deciden ser uno solo encaramándose a un muro desde el que se divisan tormentas y huracanes.
Antoine y Michael son Jazz, Pop y Alma.
Deciden fundirse en el anonimato de un nombre inventado (¡Antoine Michelle! dice Michael, ¡Boris Allen! quisiera Antoine) para perderse en el amanecer de un día lluvioso. 
Tocan en los locales de cristal borroso, en los tugurios de alcohol y absenta, encima de tarimas de poliespán que se agrietan a cada nota.
Deciden no dejar nunca de ser niños.
Deciden mirar de frente.

Antoine dice que el Michael que lleva dentro lo mantiene vivo y despierto en la ficción de una serie.
Michael dice que el Antoine que lo emborracha le da más vida que ese recuerdo que aún habita en couché por las habitaciones de sus fans.

Se quieren y se necesitan. Uno porque está muerto, otro porque no existe.
Antoine es Michael, Jackson es Batiste.
Deciden bailar al son de un trombón y se pierden a conciencia al final de una página en negro.
Hasta que ya no sabes.